sábado, 28 de mayo de 2011

Sobre el sentido de la democracia ¿instrumento o fin?


A finales de 2004, haciendo el Curso de Adaptación Pedagógica, la profesora-psicólogo-pedagoga nos propuso que inventásemos algún juego con el que inducir algunos valores a nuestros futuros alumnos.
A mí se me ocurrió uno con el cual tirar por tierra la democracia como valor absoluto. Se trataba de un juego en el que teníamos que decidir por votación que es la justicia, abordando todos sus aspectos punto por punto.

Escogí varias definiciones de la misma realizadas por muchos juristas y filósofos habidos a lo largo de la historia y me inventé otra hecha a mi gusto poniendo como autor de la misma a un caudillo numantino al que hice pasar por ilustre filósofo, creo que nadie se percató.


Seguidamente desmenucé todas y cada una de las definiciones en distintas partes para luego reagruparlas en distintos grupos correspondientes a aquellas distintas partes de la definición de justicia.

El siguiente paso fue leer en voz alta las distintas propuestas de los filósofos para cada parte de la definición de justicia, debatir y votar.

Sometidas a votación las distintas propuestas para cada una de las partes de la definición de justicia sólo quedaba recomponer. El muy democrático y asambleario resultado de la definición de justicia, constituía, a juicio de todos, votantes y espectadores, un bodrio ininteligible que no había por dónde cogerlo.

Quiero decir con ello que los valores, principios, bienes, reglas y definiciones a través de los cuales se construye cualquier sistema jurídico-político son elaborados por unas pocas personas especializadas en esta serie de tareas y que van siendo recogidas y aceptadas por otros juristas y políticos que a su vez las moldean en función de lo que consideren más acertado.

A continuación otro reducido grupo, de políticos, principalmente juristas, aunque también economistas y titulados de otras disciplinas, intentando regular un ámbito de nuestra existencia, dan por acertadas aquellas definiciones y sobre la base de una serie cosas no negociables, encargan la redacción de un borrador a alguien de su grupo o a un tercero.

Dicho borrador, tras ser devuelto a ese grupo de políticos, habitualmente pertenecientes a un mismo partido,  es elevado a la Mesa de una Asamblea Legislativa como proyecto de ley. En lo que aquí interesa resaltar, dejándonos varios trámites formales, el proyecto es expuesto, estudiado, debatido, enmendado y votado para su aprobación por personas distintas de quienes partieron las definiciones e incluso, en muchos casos, de quien redactó el borrador del proyecto.

¿Por qué digo todo esto? Porque aunque esa ley aprobada por la Asamblea Legislativa sea posteriormente sometida a referéndum del pueblo, nunca podremos hablar de una Democracia Real o Absoluta.

Si se aplicaran los criterios de la democracia absoluta para la selección de definiciones de valores, principios, bienes, reglas y criterios; y para la redacción pormenorizada del borrador del proyecto, y para la introducción, debate y aprobación de enmiendas al proyecto, nos saldría otro bodrio ininteligible que no habría por dónde cogerlo. Es inviable, las cosas no funcionan así.

Lo verdaderamente interesante de la democracia, es decir, de que el pueblo decida por mayoría en las urnas, es la posibilidad de ejercer algún tipo de control sobre los gobernantes:

  1. Poder dar a los gobernantes una patada en el trasero para despedirlos de sus poltronas.
  2. Rechazar leyes que únicamente interesan a los políticos para acaparar más poder y control sobre la sociedad.
  3. Proponer leyes que nunca propondrían los políticos por el simple hecho de que no les conviene.
  4. Poder refrendar una iniciativa legislativa popular rechazada por los políticos.
  5. Elegir en primarias en el seno de los partidos a los candidatos que van a concurrir como tales a las elecciones.


Dicho esto, al final nos quedamos con que en la práctica todas las sociedades se rigen por una fuente del derecho primaria: la costumbre y ello sucede por la naturaleza de las cosas y pese a todos los instrumentos que se quieran utilizar, sea para dar un mayor protagonismo al pueblo, a una oligarquía o a un partido único.

Termino diciendo que la peor dictadura es aquella donde el poder político invade espacios que corresponden a instituciones culturales y sociales que nada tienen que ver con la política, sea en el campo de la medicina, definiendo al nasciturus como un ser vivo pero no humano, o  de la lengua, destrozando un idioma mediante la introducción del politiqués.

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