La aristocracia de los partidos se ha convertido en una cohorte de tiranos populares y viceversa.
Poco tiene que ver con la democracia o con la “justicia social” un sistema en el que un pequeño grupo situado entre dos partidos opuestos se halla en condiciones de inclinar la balanza a favor de uno de ellos, chantajeando de este modo a la sociedad mediante la exigencia de especiales privilegios por su apoyo. Pero tal es el resultado inevitable del poder ilimitado de una única asamblea electiva a la que no se le impide la discriminación ya sea confinando sus poderes a la verdadera legislación o bien al ejercicio del gobierno bajo una ley que no pueda modificar. (Friedrich August von Hayek, Derecho, legislación y libertad – Unión Editorial 2006).
Todo empieza y termina en la torre del homenaje del partido donde se reúne la secta, esa nueva clase aristocrática que maneja a su antojo el Boletín Oficial del Estado y condiciona a su libre albedrío la vida y la conciencia de los súbditos del Reino. El caudillo es elegido por y de entre las más altas capas de estas organizaciones y a él le corresponde, en su caso, apoderarse de la presidencia del gobierno, acompañándose luego de sus lacayos en el ejercicio de los ministerios. Ese mismo caudillo elabora las listas de quienes podrán apoderarse de los escaños del Congreso y del Senado, todos ellos, conjurados a una cuales leales vasallos de su Señor.
Estos Señores tienen un problema: para subsistir necesitan el poder y el partido opuesto se lo puede arrebatar. Sin embargo ambos partidos pueden llegar a un acuerdo que les resulte altamente satisfactorio: repartirse los despojos de los súbditos del Reino y en esto siempre han demostrado gran talento, mano izquierda y sabiduría.
La secta recauda los impuestos y luego los reparte a su antojo. Para gran algarabía de la plebe, seleccionan a algún rico para confiscarle los bienes y someterle a escarnio público, no sin previamente alimentar su sentimiento de envidia. Pero la secta, hecho esto, va esquilmando la libertad y los recursos de los pobres, poco a poco, sin que el súbdito apenas lo perciba, disfrazando el expolio con palabras altisonantes tales como “justicia social”, “igualdad”, “bien común”, “solidaridad”, “redistribución de recursos”, “planificación”, o “bienestar social”.
La igualdad, lo social y lo público es el mantra mil y un millón veces repetido que utilizan estos encantadores de serpientes.
La secta no tiene límites a la hora de extraer la sangre al villano, al plebeyo, al ignorante, al pringado, a la masa informe de proletarios, de servidores de la gleba, a los descamisados. Y de hecho lo hace hasta niveles confiscatorios.
La secta, demuestra su arte de chuparle la sangre a la plebe creando partidas de defensores de la igualdad, de los derechos de los pobres, de las buenas conductas, de la salud pública, del bienestar social, del amor, de la so(ó)lidaridad, y, en definitiva, de la “justicia social”.
Los plebeyos son vilmente engañados, después, expoliados y, finalmente, escarnecidos por estos que dicen ser sus defensores, sus “contrapoder”.
No caen en la cuenta, en primer lugar, de que estos defensores de sus “derechos sociales” han sido promovidos por los aristócratas de partido. Antes de que la masa se organice y nombre sus defensores, la élite se los proporciona, y de paso los subyuga. Es sin duda una jugada maestra, pues, temiendo que les pueda surgir algún enemigo, lo inventan antes para manejarlo a su antojo. Los defensores seleccionan al chivo expiatorio que ha de ser objeto de las iras y envidias del pueblo.
En segundo lugar, los villanos son expoliados. Estos impostores, defensores de los “derechos sociales”, de la “justicia social”, de la “igualdad”, y de la “soó-lidaridad” inventan nuevos derechos, nuevas necesidades, nuevos problemas que nunca existieron y enfrentan y dividen al vulgo para mantenerlo entretenido, para que considere que la secta no les considera como una turba de apestados, sino como sus hijos, de los cuales papá Estado vela por su bienestar. Estos defensores reciben para la defensa de los “derechos sociales” de la masa cuantiosos honores y prebendas. Fingen primero estar a mal con la secta aristocrática de partido; plantean un “conflicto social”,…
(Social, social, social ¡qué adjetivo nunca tan querido y amado!)
…, luego exigen llegar a un acuerdo con sus fingidos enemigos y todo acaba en un acuerdo que satisface enormemente a ambas partes, a la secta de partido y a los defensores por ellos promovidos y protegidos: prebendas en dinero, especie y otros bienes espirituales, es decir, derechos para la organización. Todo esto con cargo al erario público, que dicen, no es de nadie. ¡Es por tu bien!
Finalmente la morralla, la plebe, los villanos, los apestados, el vulgo, los descamisados que no pertenecen a la secta: gente extraña y bárbara, sin modales, chusma, gentuza, masa ignorante e informe, es escarnecida por la secta y sus protegidos, los falsos defensores del plebeyo, con prohibiciones absurdas y con cargas y obligaciones que no le dejan respirar, con espacios libres de humo y repletos de prohibiciones y trabas burocráticas que asfixian la libertad, y, todo ello para sufragar los gastos de la corte y de la cohorte.
Escarnecidos por la impunidad de quienes les subyugan, pues aquí cualquiera de la secta puede robar, chantajear, extorsionar y realizar cuantas maldades y arbitrariedades le vengan a su antojo, pues…
¡Nunca pasa nada!
Cuando no se da la orden a la policía para que no investigue, los altos mandos político-policiales paralizan la actuación, la meten al cajón, destruyen pruebas o introducen otras falsas para enredar.
Si pese a todo el asunto llega a juicio, se da la orden al Fiscal para que no formule acusación, pero, si alguien ejerce la acusación popular contra el corrupto, la secta tiene en alerta a sus lacayos del Consejo General del Poder Judicial para trasladar, no ascender o sancionar al instructor que ose poner en tela de juicio “la honor” de algún Gran Hombre del Reino.
Siempre habrá, de todas formas, algún magistrado presto a bacigaliupar contra un juez honrado y, cuando no, siempre tendrá esta secta el recurso del indulto o, y aquí es donde ruego preste el lector mucha atención, de modificar la ley penal. Si pudo hacerlo la secta con la Ley Orgánica del Poder Judicial, para someter a los jueces a sus dictados arbitrarios, ¿qué no podrá hacer esta nueva casta de tiranos populares, que expolian al pueblo, en nombre del pueblo y, dicen cínicamente, para el pueblo. ¿Para el pueblo? No, para el pueblo no, para su cohorte de lacayos.
Feliz Navidad y próspero año nuevo
¡Bravo!
ResponderEliminarGracias Wolfson, tú nunca fallas.
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